La más variada fauna, entre pensamiento, imagen, poesía y erotismo: ¡todo!, en definitiva.

10.9.07

VISTE CÓMO SON LOS SUEÑOS


Yo te soñé. O vos me soñaste. Quién sabe quién sueña a quién. Es raro, no suelo recordar los sueños, pero anoche estabas allí a esa hora extraña de la madrugada cuando uno se despierta ahogado y se vuelve a dormir. No recuerdo si antes soñé ya con vos. Nos bajábamos de un auto que manejaba un amigo. Lucías rutilante, insolente. Dicen que en los sueños no hay aromas, sin embargo me inundaba el perfume que se difundía desde la piel de tu cuello, yo podía olerte, cerca. Entramos en una construcción extraña, no sé qué hacíamos allí, nuestro amigo caminaba delante de nosotros por un largo pasillo oscuro, que se iluminaba cuando cruzábamos por ventanales que daban a la calle, eso nos permitía mirarnos. Supe enseguida que te habías abandonado al peso dulce de la prohibición y tus dedos, disimuladamente, rozaban los míos cada vez que podías. El pasillo doblaba hacia la izquierda. En algún momento pasé mi mano por tu espalda y vos apoyaste por un segundo la cabeza sobre mi hombro, el cabello acarició mis mejillas como una mariposa nocturna y dejó el polvo de sus alas. Nos fuimos retrasando y en un recodo, en el apuro, mordí tu lengua o tu labio, diste un respingo y trataste de contener la risa, que terminó en una inevitable carcajada que se fue perdiendo con el eco de los pasos. Llegamos a un cuarto que se abría por debajo del nivel del piso. En las paredes colgaban figuras o pinturas de personas que nos miraban. Nos quedamos solos. Viste cómo son los sueños, muy diferentes de la realidad, todo es accesorio pero de una perfección implacable. En el medio de la habitación había una mesa cuadrada y baja, vos te sentaste en uno de los sillones. Llevabas puesto un vestido de una tela liviana, muy suelta. Me paré detrás y acaricié tus hombros para que te relajaras, inclinaste la cabeza hacia atrás y dejaste que despejara tu frente. Así, en esa posición extraña, pude besar tu rostro invertido, muy suavemente, como acariciándote con mi boca, como si ella fuese la mano que se deslizaba hacia delante, por debajo de tu vestido negro. En algún momento estuve sentado a tu lado mirando unas revistas que había sobre la mesa ratona. Buscábamos en las hojas crujientes lo que habíamos venido a buscar, hasta que volvimos a escuchar los pasos de nuestro amigo. Nos preguntó cuándo nos habíamos adelantado y nos quedamos mirándolo risueños, disimulando el temor de que nos haya sorprendido. Agregó que nos apuráramos, que no llegaríamos con lo que nos habíamos propuesto y que ya era tarde. Abrí una puerta que estaba al costado de la biblioteca —en los sueños siempre hay una puerta— y antes de salir escuché tu voz que repetía las palabras escritas en un libro pequeño. Luego tomé un taxi. El chofer me hablaba de fútbol pero yo no quería escucharlo, su voz no me dejaba evocar nuestras manos en el pasillo, el beso rápido en el recodo. Yo quería volver a reconstruir todo el camino que hicimos juntos desde que nos bajamos del auto, tenía la sensación de que si no lo hacía no volvería a verte. El hombre insistía con su equipo local, perjudicado por árbitros dudosos, y yo podía verle los ojos en el espejo retrovisor. A los costados las luces pasaban veloces, la radio emitía más descargas que música. Mi recuerdo volvía a iniciarse como si fuese una película que a medida que la repetía las imágenes se gastaban, perdían definición y color. Por fin llegué a una estación de trenes. Viste cómo son los sueños. La estación estaba muy iluminada, limpia, y el tren estaba a punto de partir. Me senté en uno de los asientos y el chofer del taxi, que me había seguido por la plataforma, se asomó en la ventana para ofrecerme el boleto. Le pagué con unas monedas de colección que había tomado de la biblioteca, un rato antes. La máquina comenzó a moverse y a arrastrar los vagones, primero lentamente. Cuando cobró velocidad miré por la ventanilla, la ciudad había quedado atrás, el campo estaba cubierto por la luminosidad de una gigantesca luna, inmaculada. Intuí algunos animales que dormían acurrucados. El coche se hamacaba y de a poco me fui durmiendo y, quizá, entrando en otro sueño, no lo sé. Uno nunca sabe cuándo está soñando y cuándo está despierto. El día me sorprendió con el frío. Recuperé mi posición de sentado. Por la ventana comencé a distinguir las primeras casuchas de un barrio humilde, a lo lejos, entre la bruma y el humo, se veían las sombras de los edificios. El tren fue disminuyendo la marcha hasta que entró en otra estación. No alcancé a distinguir el nombre en el cartel. Finalmente se detuvo. Nadie bajó, salvo yo. El aire era fresco y corría un viento suave del este. En el andén, debajo de la galería, sentada en un banco, estabas con tu vestido de fiesta negro, los brazos cruzados sobre el pecho tratando de protegerte del frío, esperándome. Me paré delante tuyo y levantaste la cabeza, sonreíste. Viste cómo son los sueños; uno entra y sale y las cosas cambian o son las mismas. Uno quisiera que la vida fuese como un sueño y al final del día dudamos si no lo es. Acaricié tu rostro con la punta de mis dedos, hasta llegar a tu boca, me mirabas, te miraba, y recordé que en el tren había soñado que me despertaba en mi cuarto de siempre; que la ventana de la habitación estaba abierta; que el viento de la mañana agitaba apenas la cortina blanca como un fantasma tímido pero señorial, un sereno vigilante de las riberas sinuosas entre uno y otro plano; que me levantaba y me miraba en el espejo, quitaba de la cara un polvillo extraño y luego me bañaba; que preparaba el café y después salía a la calle, rumbo al trabajo, con el perfume tuyo impregnado en mis manos, un resabio frutal en la boca y un boleto arrugado en el bolsillo, aún sin uso.

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5 Comments:

Blogger anais said...

Puedo parecer reiterativoa, pero ME ENCANTO!

Todos deberíamos abandonarnos al peso dulce de la prohibición más seguido...

Una pregunta... El taxista... ¿Hablaba de San Lorenzo?

12:07 a. m.

 
Blogger Jorge Alberdi said...

Na, hablaba de Atlanta.
Cariños y dulces sueños Anais

8:38 p. m.

 
Blogger Tino Hargén said...

Los sueños, porque se evaporan tan rápido de mi memoria, necesitaría escribirlos antes de despertarme del todo

un abrazo

9:43 a. m.

 
Anonymous Anónimo said...

La vida es sueño......no muy original el comentario, pero es .....
Delicioso enredo entre las brumas del sueño y los jirones de realidad en el que ya no sabemos cual es cual...
BESO SOÑADOR

1:03 a. m.

 
Blogger DudaDesnuda said...

Los sueños, muchas veces, son más reales que nosotros.

Besos y amaneceres

2:47 p. m.

 

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