Destino de río
Imagino que muero orinando en un callejón oscuro mientras el ojo escrutador desencanta su mirada detrás del vidrio empañado donde anidan furores retorcidos por el celo ignominioso. Los muelles descarnan el agua podrida que arremete contra la memoria de nuestra memorable noche de glorioso espanto y desangra la tierra y sus humores nocturnos. Las huestes del deseo se han aplacado pero no los ardores endemoniados, no la bilis abierta de la sinrazón. Los edificios construyen el cementerio de la desdicha, sin embargo la raza milagrosa que sangra voraz en el apetito desmiente tanta mortandad. El frío no dejará que se seque, no dejará de penetrar la escoria cancerígena que nos vuelve cadáveres una vez satisfechos. Imagino que escribo tu nombre antes de dormir la siesta eterna y desmayo el ardor de las roídas y enjuago los jugos de los disfrutes en la pampa de tu cama acogedora. Escribo en la nada los encuentros furtivos y tallo esculturas donde solo hay silencios. Trazo un itinerario de absurdo dolor cuando debería ir caminando por las callejas carcajeando este doble estigma de abrasarte cada vez que el nombre te resuelve mágica, iluminada en tu desnudez, en el fuego que me quema y me arremolina, me abraza y me viste de adrenalina.
El agua corre como el reflujo de un fluido eternizante. Cada momento de la pequeña vida se opone a la cultura, se opone a la interpretación y como una loca arritmia pienso y deseo, escribo y dibujo, sueño y vigilo. Vigilo cada centímetro de mi excitación elocuente, de mi voraz despliegue de pirotecnia estilizada, mi hambre de sentido y olvido del sentido.
Imagino que los laberintos se estiran en un único plano donde igualmente me sorprenderá el hilo, aunque me niegue, aunque quiera ser parte de la trama y no el hueco significante, el estorbo de la asociación, la calidez del ritmo o el plano de todo lo que puede ser. Esa potencia de diseñar soñando, esa raíz de todo, esa cadena de malolientes resabios arrojados a la cara del ojo escrutador para su rencor y justificación. Matarme y morir no es lo mismo, sino un obligado destino de oposiciones donde la malla de los enjuagues se nos parece, se nos aparece. Sonríes cuando te vas borrando entre la bruma de la despedida hasta que vuelva como un fantasma para acuciarte con los tajos de la locura. Allí, entre roces y estampidas, entre babeos y cadencias repetidas, entre tu voz queda, sensual y lánguida, plegada a un respirar tardío y elocuente, adormecida y vivaz, estallarás nuevamente, detonarás.
Y yo seguiré orinando en la puerta del calabozo o en la boca del cazabobos, pero ya sin enmendar el recuerdo, ya sin amenazar al destino, sino, tragando cada suspiro, para que me acompañe cuando, sumergido en las aguas de un río extraño, compare el placer, y lo muerda, y quiebre esa cápsula de gozo.
Para ofrendarlo, sin ser yo el mismo, a otra mujer.
El agua corre como el reflujo de un fluido eternizante. Cada momento de la pequeña vida se opone a la cultura, se opone a la interpretación y como una loca arritmia pienso y deseo, escribo y dibujo, sueño y vigilo. Vigilo cada centímetro de mi excitación elocuente, de mi voraz despliegue de pirotecnia estilizada, mi hambre de sentido y olvido del sentido.
Imagino que los laberintos se estiran en un único plano donde igualmente me sorprenderá el hilo, aunque me niegue, aunque quiera ser parte de la trama y no el hueco significante, el estorbo de la asociación, la calidez del ritmo o el plano de todo lo que puede ser. Esa potencia de diseñar soñando, esa raíz de todo, esa cadena de malolientes resabios arrojados a la cara del ojo escrutador para su rencor y justificación. Matarme y morir no es lo mismo, sino un obligado destino de oposiciones donde la malla de los enjuagues se nos parece, se nos aparece. Sonríes cuando te vas borrando entre la bruma de la despedida hasta que vuelva como un fantasma para acuciarte con los tajos de la locura. Allí, entre roces y estampidas, entre babeos y cadencias repetidas, entre tu voz queda, sensual y lánguida, plegada a un respirar tardío y elocuente, adormecida y vivaz, estallarás nuevamente, detonarás.
Y yo seguiré orinando en la puerta del calabozo o en la boca del cazabobos, pero ya sin enmendar el recuerdo, ya sin amenazar al destino, sino, tragando cada suspiro, para que me acompañe cuando, sumergido en las aguas de un río extraño, compare el placer, y lo muerda, y quiebre esa cápsula de gozo.
Para ofrendarlo, sin ser yo el mismo, a otra mujer.
Etiquetas: Arritmias
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