La más variada fauna, entre pensamiento, imagen, poesía y erotismo: ¡todo!, en definitiva.

12.9.06

POR LA MIRILLA

Por la mirilla de la puerta la calle parece aún más imperfecta. El mediodía quema la imagen muda: una mujer medio encorvada revuelve una bolsa de basura en la casa de enfrente. La vecina sale gesticulando y se acerca a la otra mujer. Le patea la bolsa en la que guarda sus pequeños tesoros. No se escucha, pero los gritos son evidentes. Mi vecina la insulta, se acerca cada vez más, la toma de un brazo y la sacude. De pronto el reflejo de acero se transforma en una saeta que corta el cuello de la dueña de casa. Se toma con las dos manos en un vano intento de contener esa catarata de sangre borboteante, lo que le impide atajar las tres o cuatro cuchilladas que le abren el pecho y los pulmones vertiginosamente. Cae, y la asesina la monta con sus andrajos para seguir con la carnicería. Un hombre corre, mudo,
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desde la esquina. Pega una patada entre las costillas del jinete. Y otra en la cabeza. Y otra en la cara ya desfigurada por el dolor. Se revuelca. El hombre, en su frenesí, tropieza sobre mi vecina y cae en la vereda. La andrajosa se levanta y, oscilando, comienza a cruzar la calle en mi dirección. La calle está cubierta de cartones y papeles, botellas de plástico y latas apretujadas de aluminio, la bolsa destrozada y abierta muestra sus entrañas ahora casi vacías. No hay viento, las hilachas, los hilos descocidos de las vestimentas caen como si fueran de plomo. La mujer se acerca, ya cruzó la vereda y se mete por el pasillo, apoya su rostro sucio y ensangrentado sobre la puerta, el ojo inyectado quiere entrar por la mirilla.
El timbre de la casa estalla en la penumbra gelatinosa, el ventilador de techo se ha detenido y mi cuerpo está bañado en transpiración. Vuelve a sonar el timbre. Miro a través de la mirilla. El rostro de Sandra se muestra impaciente. Abro. Te dormiste, te volviste a dormir. Es mediodía. Ya no hacés a tiempo. Cambiate y andá. Aunque llegués tarde.
Me visto una camisa y un pantalón de hilo. El calor de la siesta es insoportable. No termino de acostumbrarme, por más que ya lleve unos cuantos años aquí, en esta ciudad que se resiste al infierno, pero que está tan cerca. Camino por la calle Pellegrini, no es tan lejos. Además, no tiene sentido apurarse; nadie se apura aquí en el verano. Los movimientos son lentos, hasta las hojas de los árboles caen con parsimonia. Uno puede quedarse a contemplarlas, como parte de un paisaje japonés. Los pájaros no vuelan, y si lo hacen, parecen imágenes en cámara lenta. Uno de los tantos, infinitos, ciclomotores rompe la pegajosa masa del silencio. Tabletea y se pierde en una de las calles perpendiculares. En la esquina unos muchachos están echados a la sombra, bajo el toldo de un comercio, haciendo circular una botella de gaseosa barata. Adelante, reverbera el aire fabricando fantasmas; a un costado, sobre el cordón de la vereda de enfrente, un hombre en una bicicleta habla o discute con un remisero. Apenas percibo un deslizamiento, el inicio de un desplazamiento. Pienso en el sueño, no recuerdo por qué yo estaba mirando por la mirilla ¿Era yo quien miraba?.
Suena el celular. Cuando atiendo, a un costado siento un estallido como de un reventón, que vuelve a quebrar la siesta.
–Hola
–Hola…¿Jorge?
–Sí Roberto, habla Jorge. –mientras me concentro en el inicio de la conversación miro hacia mi costado derecho, buscando el origen del ruido. El hombre de la bicicleta se pone en movimiento mientras el remís, con un pasajero, sale del estacionamiento y acelera por el medio de la calle.
–Hola! Hola! Me escuchás Jorge!!
–Sí, te escucho, Roberto, esperá. –hay un pequeño baile del hombre con su bicicleta, como una vacilación, busco con la mirada cuál de las cubiertas se le reventó, pero ambas están bien. No entiendo, o sí.
–Qué pasa, che.
–Aguantá Roberto. Me parece que acaban de pegarle un tiro a un tipo, al lado mío. –El hombre se cae con su bicicleta en medio de la calle Pellegrini, a dos cuadras de la avenida 9 de Julio, y se queda allí, quieto como el aire de la siesta chaqueña.
–Entonces corto, Jorge!. Llamame en cuanto puedas. ¡Clic! –Los tiros no viajan por celular, pienso, y guardo el teléfono.

El hombre, una persona de unos cuarenta o cincuenta años, tiene la bicicleta destartalada encima de su pecho. Está boca arriba, con los ojos abiertos. Los muchachos que estaban bajo el toldo, en la misma vereda, se acercan de a uno y nos rodean. Desplazo el caño y saco la bicicleta de encima. Una persona que no había visto me dice que ya llamó a la ambulancia. El sanatorio está a tres cuadras, por suerte llegarán rápido. El hombre en el suelo, inmóvil, mira el cielo, y pestañea. Está vivo. ‘discutió con el remisero porque lo chocó cuando quiso arrancar con el pasajero’ dice uno de los chicos de la esquina. ‘Sí, se putearon lindo, y cuando el otro salió le mandó el cuetazo’. ‘Para mí que ya se junaban de antes, debe haber un problema de mujeres en el medio’. ‘Estos remiseros son jodidos, están todos enfierrados, dicen que porque les roban’. El coro de voces se adormece. El hombre intenta levantarse, pero no puede, llega la ambulancia y su sonoridad. Uno de los médicos le pregunta algo, los ojos del herido buscan un lugar de su cuerpo y vuelven al cielo, como si el esfuerzo fuese excesivo. Levanta la camisa gastada y se baja un poco, como puede, el pantalón; en la ingle izquierda, un punto rojo nos mira antes de comenzar a derramar sus rojas lágrimas. Un ojo, o una mirilla.

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11 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Te leo y siento que lo hago desde una atmósfera que no es la mía.

Hay calor pegajoso, más que aquí, y la sangre no es distinta, no es menos violenta y sin embargo...

4:54 a. m.

 
Blogger Vero said...

Me gustó mucho este relato, Jorge, mucho. Es vertiginoso, no sólo por la sucesión apurada de acontecimientos sino por el uso del presente, para el sueño, para la vigilia, que los equipara, ¿no? Y la violencia, en los dos lados. En todos lados. Ah, sí, me gustó mucho.

12:09 p. m.

 
Blogger Ginger said...

¡Fascinante! Se te extraña...

Besos!

6:37 p. m.

 
Blogger Jorge Alberdi said...

También yo me extraño y me siento en una atmósfera que no es la mía. Ocurren esas cosas.

11:38 p. m.

 
Blogger Ginger said...

¿Qué te tiene tan lejos de ti?

2:40 p. m.

 
Anonymous Anónimo said...

ALUCINANTE!!como la vida misma....seguro la realidad supera la ficción , pero nos envuelves en la atmósfera de tu relato.....
BESO CURIOSO

1:24 p. m.

 
Blogger LUCRECIA said...

Facinante tu historia, escribis muy bien. Has relatado una síntesis del caos de buenos aires, en un dia cualquiera, de momento a otro lo impredsescible puede suceder....

8:44 a. m.

 
Blogger Jorge Alberdi said...

Lucrecia:
Lo que hace la literatura, o lo que logran nuestras lecturas. Acercar buenos aires a una remota capital de una provincia del interior, a través de puntos que, evidentemente, se tocan. Porque si la historia tiene algún asidero en la realidad, es la segunda parte, que efectivamente está inspirada en algo que me ocurrió estando en Resistencia, y la intensión era no acentuar demasiado los rasgos locales.
Gracias

11:58 a. m.

 
Blogger LUCRECIA said...

Espero seguir entreteniendome con mas de tus brillantes relatos...
besos,lu

1:48 a. m.

 
Anonymous Anónimo said...

Con el ojo en la mirilla y las manos en las palabras, has creado un buen cuento, Jorge. Un placer de lectura visitar tu blog.

3:36 p. m.

 
Blogger Dammy said...

Desde el otro lado de la mirilla todo asusta un poco menos, pero nos aleja un poquito más de lo real.

12:56 p. m.

 

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