UNA MALA PELÍCULA
Todas Ellas
El ventanal es un ojo inmenso a la ciudad que se apresta a recibir la noche. Los edificios parecen una maqueta pobremente iluminada, telón de fondo de una mala película que se desarrolla en el interior de un aeroparque en un país de América del Sur. Algunos aviones carretean en la pista sin alterar demasiado el paisaje que comienza a perder profundidad. Acabo de escribir unas palabras en la última página del libro que leía hasta hace unos instantes, Ada Or Ardor. Es la segunda o tercera vez que lo leo en los últimos quince años, y pienso dejarlo sobre la butaca, olvidado. Me gusta dejar libros en cualquier lado, para tentar al azar. Tengo la certeza de que, de un modo u otro, el libro terminará en las manos de quien sabe apreciarlo. Me levanto y voy hasta el final del corredor. Cuando vuelvo, la veo cruzar los controles, alterada. Me quedo cerca de la puerta de embarque. Las probabilidades de encontrarnos eran altas, así que el azar, por ahora, no cuenta mucho. Llega y no saluda, actúa como si estuviésemos juntos desde hace rato, por los altoparlantes anuncian la salida o la llegada de un vuelo de Mendoza, no alcanzo a descifrar.
–¡Está demorado! –me dice en medio de su agitación
–Como siempre –respondo con naturalidad. Es relativamente alta y muy flaca, con el cabello ensortijado que le llega a la altura de los hombros. Me ofrece un caramelo de menta.
–¡Podés creer! Salí a las corridas de la oficina por miedo a no llegar. Estaba en medio de una reunión que me interesaba. Encima ahora tendré que llamar para que me vayan a buscar más tarde.
Nos sentamos uno al lado del otro. Intenta comunicarse con el celular. Se para cuando consigue establecer la llamada. La miro, está envarada en su nerviosismo. Viste una especie de camisola algo apretada, con un estampado de colores fuertes, y un pantalón claro, casi blanco, como si fuese un jeans ajustado, aunque no lo es, que realza algunas curvas, suficientes como para hacer de ella una mujer elegante. No sé si es bella. Dos grandes aros en forma de anillo enmarcan su cara apenas oval, con una mano se recoge el pelo y lo tira sobre el lado en que no tiene el teléfono pegado a la oreja. Hay rastros de maquillaje todavía en sus párpados. Corta y vuelve a intentar otra llamada. No lo logra y esto la pone más nerviosa aún. Se sienta nuevamente a mi lado y mira por unos instantes hacia delante, hacia el final de la sala, donde hay unas mesas y gente que consume café, jugos, o devora un tostado de jamón y queso.
–Qué tal –interroga, dándose vuelta bruscamente.
–Bien –respondo. El teléfono suena y atiende. Explica que está en el aeroparque, con el vuelo atrasado.
Trabajamos en la misma empresa, en sectores diferentes, aunque solemos tener actividades en común. Pocas veces nos hemos encontrado solos. Insisto: no sé si es bella, aunque, probablemente, pueda considerársela atractiva. Me pregunto si yo deseaba este encuentro. Quizá sí. Sí, creo que lo deseaba. Es una de las pocas mujeres con las que trabajo que podría ofrecerme una charla interesante. Terminó la conversación telefónica. Guarda el aparatito en una cartera diminuta y se queda en silencio. No hablo. El silencio es salud.
–Hoy estuvo caluroso ¿verdad?
–Esto parece un diálogo de ascensor –le digo con toda crueldad.
–Perdón. Estoy con un lío personal tremennndo, que no me deja ni pensar.
–No hay problemas, puedo entenderlo.
Silencio. ¿El silencio es salud? Está incómoda, notablemente incómoda, tanto como yo. Pero pararse e irse a otro lugar sería una descortesía (eso es lo que debe estar pensando, por eso no lo hace). Seguimos unos minutos así. Estoy tentado de abrir el maletín y sacar el diario, pero no me parece muy acertado (pensaría que le cerré la puerta en la cara).
–Cómo van tus cosas –vuelve a intentar
–Seguimos con las figuras decorativas del diálogo –respondo– pero sigamos: bien ¿y las tuyas?
Se ríe. Organiza un pucherito con la boca, vuelve a pedir disculpas. Le pregunto si me cuidaría el bolso mientras voy al baño, que es una manera elegante de escaparme y dejarla con el alivio de no tener que hablar.
Cuando vuelvo, llaman a embarcar, así que nos ponemos en la cola. Cruzamos alguna que otra palabra formal. Miro por el gran ventanal, la noche reclama las luces urbanas, los grandes carteles ofrecen la felicidad de modos diversos. La mala película latinoamericana llega a su fin.
Por suerte tenemos asientos separados.
–¡Está demorado! –me dice en medio de su agitación
–Como siempre –respondo con naturalidad. Es relativamente alta y muy flaca, con el cabello ensortijado que le llega a la altura de los hombros. Me ofrece un caramelo de menta.
–¡Podés creer! Salí a las corridas de la oficina por miedo a no llegar. Estaba en medio de una reunión que me interesaba. Encima ahora tendré que llamar para que me vayan a buscar más tarde.
Nos sentamos uno al lado del otro. Intenta comunicarse con el celular. Se para cuando consigue establecer la llamada. La miro, está envarada en su nerviosismo. Viste una especie de camisola algo apretada, con un estampado de colores fuertes, y un pantalón claro, casi blanco, como si fuese un jeans ajustado, aunque no lo es, que realza algunas curvas, suficientes como para hacer de ella una mujer elegante. No sé si es bella. Dos grandes aros en forma de anillo enmarcan su cara apenas oval, con una mano se recoge el pelo y lo tira sobre el lado en que no tiene el teléfono pegado a la oreja. Hay rastros de maquillaje todavía en sus párpados. Corta y vuelve a intentar otra llamada. No lo logra y esto la pone más nerviosa aún. Se sienta nuevamente a mi lado y mira por unos instantes hacia delante, hacia el final de la sala, donde hay unas mesas y gente que consume café, jugos, o devora un tostado de jamón y queso.
–Qué tal –interroga, dándose vuelta bruscamente.
–Bien –respondo. El teléfono suena y atiende. Explica que está en el aeroparque, con el vuelo atrasado.
Trabajamos en la misma empresa, en sectores diferentes, aunque solemos tener actividades en común. Pocas veces nos hemos encontrado solos. Insisto: no sé si es bella, aunque, probablemente, pueda considerársela atractiva. Me pregunto si yo deseaba este encuentro. Quizá sí. Sí, creo que lo deseaba. Es una de las pocas mujeres con las que trabajo que podría ofrecerme una charla interesante. Terminó la conversación telefónica. Guarda el aparatito en una cartera diminuta y se queda en silencio. No hablo. El silencio es salud.
–Hoy estuvo caluroso ¿verdad?
–Esto parece un diálogo de ascensor –le digo con toda crueldad.
–Perdón. Estoy con un lío personal tremennndo, que no me deja ni pensar.
–No hay problemas, puedo entenderlo.
Silencio. ¿El silencio es salud? Está incómoda, notablemente incómoda, tanto como yo. Pero pararse e irse a otro lugar sería una descortesía (eso es lo que debe estar pensando, por eso no lo hace). Seguimos unos minutos así. Estoy tentado de abrir el maletín y sacar el diario, pero no me parece muy acertado (pensaría que le cerré la puerta en la cara).
–Cómo van tus cosas –vuelve a intentar
–Seguimos con las figuras decorativas del diálogo –respondo– pero sigamos: bien ¿y las tuyas?
Se ríe. Organiza un pucherito con la boca, vuelve a pedir disculpas. Le pregunto si me cuidaría el bolso mientras voy al baño, que es una manera elegante de escaparme y dejarla con el alivio de no tener que hablar.
Cuando vuelvo, llaman a embarcar, así que nos ponemos en la cola. Cruzamos alguna que otra palabra formal. Miro por el gran ventanal, la noche reclama las luces urbanas, los grandes carteles ofrecen la felicidad de modos diversos. La mala película latinoamericana llega a su fin.
Por suerte tenemos asientos separados.
Etiquetas: Todas Ellas
11 Comments:
yo quiero protagonizar una historia...
12:54 p. m.
Persecuta:
Contame tus sueños...
1:22 p. m.
sueño ir a Europa: a Praga, conocer a una linda checa y fotografiarla, creo que sería mi hit....vivir en piso pequeño rodeado de palomas
5:33 p. m.
Vaya.... Pues que malo vivir ese desencuentro cuando rn realidad lo que deseabas era el encuentro Alberdi querido... Suele pasar, pero experiencias, al fin y al cabo.
Besos! (muchos)
6:46 p. m.
Quiero pensar que innevitablemente el encuentro se dará.....
BESO CINEMATOGRAFICO
11:30 p. m.
Hace unos dias me visitaste para darme animo , ya que me queje en un blog español , que me habian dejado de lado.
Gracias muñequito.
Salu2
3:54 p. m.
Me chupé un vuelo de 7 horas con un malo de la película. Pero por insoportable de malo, no por malo en si.
Después de leer esta última entrada y aparte de haber disfrutado con ella, me viene una sola pregunta a la cabeza ¿No te da pena dejar olvidados libros para que queden en manos de algún desalmado? Te equivocas muchísimo (ojalá me equivoque yo) si piensas que siempre van a caer en buenas manos… la gente está y es muy torpe. Capaces son de hacer tu libro, papel de fumar. Yo no lo haría, mis libros son como mis pequeños hijos bastardos.
Un beso
12:28 p. m.
Persecuta:
¿Tiene que ser checa o chica? ¿No puede ser catalana? Por ahí me interesa.
Ginger querida: para que veas que no todos son éxitos en la vida. Pero el que espera no desespera ¿o era al revés?
Guada:
En otro momento te lo cuento.
Andrea:
Es que te vi tan así…
Coolkiku:
¡Madre mía! 7 horas insoportando a alguien. Casi un matrimonio. Con los libros, tengo algunos hijos bastardos, y otros propios, cuando llegan a la adultez, a los hijos hay que empujarlos un poquito para que hagan su vida, busquen su destino. No sé si todos los libros caerán en buenas manos, a mí me han caído de maneras insólitas, y lo agradezco.
Con este en particular, lo hice para evitar volver a leerlo. El relato está enganchado con otro, que publicaré más adelante.
Gracias
10:59 p. m.
si puede ser catalana...^_^
11:58 a. m.
Pues sí, menosmal que tenéis asientos separados. No aguanto esas situaciones. Me parecen una pérdida de tiempo.
Por cierto, ¿qué tipo de empresa es ésa en la que todas las mujeres son tontas?
Abrazo desnudo.
7:24 p. m.
gran libro, Ada
7:10 a. m.
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