El Sueño de la Mujer Sentada

Los hijos de NIX

De esta foto, y de la lectura de un diálogo
encontrado, surge esta breve fantasía de domingo de pascua.

La habitación está a oscuras cuando me levanto de la cama. El costado derecho, vacío, aunque las sábanas conservan todavía cierta tibieza. La llamo, me responde desde el otro cuarto. Está arrellanada, desnuda, sobre el sillón bajo el ventanal que tiene un postigo abierto. La luz matinal que cae exalta las líneas tentadoras de su cuerpo; las dibuja, ensombreciendo otras zonas. Espeso, ensortijado y oscuro, el cabello cae sobre el rostro oculto, sin embargo, el destello vivaz de su mirada me alcanza y quema, aún más profundamente que su desnudez implacable.
–Tuve un sueño –dije a modo de saludo. Ella sonrió e instó con un gesto a que me acercara. Me arrodillo a su lado.
–Pero me dijiste que vos nunca soñabas.
–Sí. Eso te dije. En realidad, lo que quise decir es que es raro que sueñe. O mejor: es raro que recuerde lo soñado, porque, a decir de Freud, soñar, soñamos todos…
–Si no me equivoco, no recordarlos es un indicio de que una gran represión…
–Te parezco un reprimido –y habiendo dicho esto, me levanté y abrí por completo la ventana para que el sol tibio acariciara mi cuerpo desnudo, expuesto ahora a las miradas de quienes pasaran por la calle a esa hora de la mañana del sábado.
–Andá, salí de ahí. Dejá de hacerte el payaso. No necesitás demostrarme nada. Dale, contame tu sueño.
– ¿Sin desayunar?
–Sin desayunar. O no podés hablar sin un desayuno.
–Lo decía por eso de que si contás los sueños en ayunas, se cumplen, especialmente las pesadillas…
–Vos crees…
Contesté negativamente levantando los hombros. Quise encender un cigarrillo, pero ella lo impidió con un ademán suave. Sé que odia el aliento de los fumadores matutinos.
– ¿Y tenés miedo de que se cumpla? Entonces fue un mal sueño…
–En realidad no sé si lo fue. –le contesto. –Es extraño…
–Dale no te hagás rogar, contame. –dijo esto cambiando de posición. Abrazó las rodillas, con una actitud de escucha expectante.
–Tampoco hay mucho que contar. En el sueño leo que alguien relata un sueño que escuchó de dos desconocidos en un subte. El hombre le cuenta a la compañera que en su fantasía estaba ella; que se trataba de un verbo insólito, el verbo ‘labios’. Tiene un final muy poético, ella comienza a morirse (qué paradoja eso de ‘comenzar’ a morirse) y termina esfumándose, menos sus labios, que él besa, cuando ya no queda nada.
– ¿Y eso es todo?
–No, allí recién termina el sueño que leo, pero yo sigo soñando. Sueño que despierto y no estás a mi lado, en la cama…
– ¿Y…?
–Te llamo, me contestás desde el cuarto de al lado. En este cuarto. Desnuda, esperándome, en este sillón. Te digo que acabo de soñar.
–Ya sé, no me lo digas: te pido que me lo cuentes.
–Sí. Eso me pedís. Insistís. Te lo cuento. Y mientras te voy relatando…
– ¡Cha chan cha chan!...
–…te desvanecés ante mis ojos, el sillón queda vacío, y tibio, como la cama a mi lado.