Dos hipótesis sobre los gatos
Primera:
Al comienzo de los tiempos, los gatos habitaban el cuerpo humano. Eran su parte salvaje, sus restos de jungla. Cada hijo de Dios llevaba su gato adentro, que constituía su libertad, su reserva de insolencia. De ahí, ciertos comportamientos a menudo inexplicables en los seres humanos: ronroneos lánguidos al sol, violentamente interrumpidos por huidas locas, abandonos a las caricias entrecortados de bufidos, de cóleras, de arañazos, de heridas crueles, tan profundas y durante tanto tiempo infectadas como los celos. Sin duda, el gato quiere manifestar con ello a su huésped, el hombre, que nunca puede darse nada por ganado y que hay que estar alerta siempre, hasta en el descanso.
Aquella cohabitación no duró: el hombre aspiraba a más sosiego y el gato a menos autosatisfacción, menos flatulencias después de las comidas, menos arrullos tiernos antes del coito y menos orgullo grotesco después. En resumen, incompatibilidad de humores. Un buen día, los gatos abandonaron el cuerpo de los hombres sin por ello alejarse de su entorno, al que se habían acostumbrado.
Segunda:
Los gatos son palabras con pelambre. Igual que las palabras, rondan en torno a los seres humanos sin dejarse amaestrar nunca. Tan difícil es meter un gato en una cesta, antes de tomar el tren, como atrapar en la memoria la palabra exacta y convencerla de que ocupe su sitio en la hoja en blanco. Palabras y gatos pertenecen a la raza de los inasequibles.
Al comienzo de los tiempos, los gatos habitaban el cuerpo humano. Eran su parte salvaje, sus restos de jungla. Cada hijo de Dios llevaba su gato adentro, que constituía su libertad, su reserva de insolencia. De ahí, ciertos comportamientos a menudo inexplicables en los seres humanos: ronroneos lánguidos al sol, violentamente interrumpidos por huidas locas, abandonos a las caricias entrecortados de bufidos, de cóleras, de arañazos, de heridas crueles, tan profundas y durante tanto tiempo infectadas como los celos. Sin duda, el gato quiere manifestar con ello a su huésped, el hombre, que nunca puede darse nada por ganado y que hay que estar alerta siempre, hasta en el descanso.
Aquella cohabitación no duró: el hombre aspiraba a más sosiego y el gato a menos autosatisfacción, menos flatulencias después de las comidas, menos arrullos tiernos antes del coito y menos orgullo grotesco después. En resumen, incompatibilidad de humores. Un buen día, los gatos abandonaron el cuerpo de los hombres sin por ello alejarse de su entorno, al que se habían acostumbrado.
Segunda:
Los gatos son palabras con pelambre. Igual que las palabras, rondan en torno a los seres humanos sin dejarse amaestrar nunca. Tan difícil es meter un gato en una cesta, antes de tomar el tren, como atrapar en la memoria la palabra exacta y convencerla de que ocupe su sitio en la hoja en blanco. Palabras y gatos pertenecen a la raza de los inasequibles.
De la novela ‘Dos Veranos’, de Erik Orsenna
Etiquetas: Referencias
6 Comments:
Me parece un escrito maravilloso. Lo ratifico desde mi anteriro vida como gato_palabra_peluda.
9:03 p. m.
Totalmente de acuerdo con las dos teorias ....se puede? ya en algun post mio di parte de mi lado gatuno, gatita ronroneadora me dice.....estoy en ese momento en que no puedo meter a la palabra en una cesta ni puedo atrapar en mi memoria a mi gata interior.....o es al revés? igual estoy conociendo esa inasequible raza, gato-palabra!!
BESO FELINO
2:47 a. m.
Noemí; Guada:
Sabía yo que la red es´taba llena de gatitas... Espero que, como los gatos, no se alejen del entorno...
Saludos
9:25 a. m.
Meow, meow, meow...
Amo a los gatos y sobre todo, a mi gata interior, ésa que me hace ser insolente y tierna a la vez.
Besos.
9:20 p. m.
Me ha encantado la comparación de los ariscos gatos con las orgullosas palabras, que a veces tanto se nos resisten.
Besos felinos.
5:29 a. m.
es muy buena y aparte a mi me encantan los gatos me sirvio mucho para mi trabajo (: ^:
2:28 p. m.
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