Nuevamente aquí...

Me fui.
Sí. Creo que era necesario.
Me fastidia enormemente la alegre impostura de las fiestas. En especial la de navidad, donde todos asumimos un rol que no tenemos durante el resto del año. Pero como ustedes, amigos, son lo suficientemente sensibles como para que no los subestime, no voy a repetir los trillados argumentos por lo que me ocurre lo que me ocurre. Ni tampoco desmerecer a aquellos que viven la evocación con sinceridad.
Pero esto no impide que les cuente que me fui. Me interné en un bosque, quejumbroso por las noches y sofocante durante el día. Alojado en una pequeña casita, solo. Sin contacto con nadie, salvo algunos amigos y amigas que sabían de mi paradero y se acercaron a tomar unos mates, a compartir unas palabras. No leí diarios, apagué el celular y resistí la tentación de correr al pueblo más cercano para meterme de cabeza en un cyber. Por lo tanto, tampoco deambulé por las páginas de ustedes, ni la de otras tentaciones. Necesitaba purificarme, cargar las pilas para este 2006 que seguramente será como cualquier otro año, pero como se inicia tiene la magia del amor nuevo: todo por descubrir.
Digamos que me desnudé, doblé pulcramente la ropa sobre la cama y me metí en la caja que el ventrílocuo guarda para mí.
Y aquí estoy nuevamente, para que nos acompañemos en esta aventura que es vivir para contarla. O jugando un poco con la célebre cita de Rilke que reza ‘Señor, concede a cada cual su propia muerte’; que a cada cual se le conceda su propia vida, aunque sea ficcional.
Un abrazo a todos.